Aterrizamos en el aeropuerto de Bangkok ayer hacia las 8 am, después de un vuelo razonablemente bueno, aunque me sentí un poco incómodo (o sea, grité como un salvaje) mientras despegamos. La primera impresión es que la gente realmente es tan amable como dicen. Salimos de la terminal y cogimos un taxi. Los taxis aquí no pasan desapercibidos: son todos de colores muy, digamos, vivos. El nuestro era rosa, pero los hay también naranjas o verdes con amarillo, por ejemplo.
En el hotel, mientras mamá y yo hacíamos una siesta, papá bajó a la piscina y a la sauna. Al rato llegaron mis abuelitos (que venían en otro avión) y salimos a comer por la zona. Fuimos a The City Viva, un pequeño centro comercial que acaban de abrir hace unos días y donde había espectáculos para niños; después de jugar un rato y de salir durante bastante tiempo en una valla-pantalla gigante, comimos en una especie de japonés.
Para bajar la comida, caminamos por el barrio... no es fácil ir por las aceras en mi coche, y tampoco hay muchas rampas, así que papá tiene que hacer ejercicio y malabarismos cargándome escaleras arriba y abajo. Encontramos una tienda de juguetes de madera muy bonitos pero estaba cerrada, por lo que vamos a tener que regresar otro día.
Después de jugar un rato en el parque del edificio fuimos a cenar a un restaurante que está al lado y que por lo visto es muy famoso: Sara Jane’s. Pedimos varios platos para probar, como Som-Tum (una ensalada con base de papaya, aunque no encontramos la papaya), Larb (una ensalada de carne de cerdo) y Tom Yum (una sopa de gambas). Resultó todo un poco picante, aunque lo pedimos sin chili, y entonces papá se lo acabó comiendo casi todo.
Nos acostamos temprano, pero al rato me desperté y, después de gritar como un bárbaro, me costó mucho dormirme de nuevo. Esta mañana, entonces, nos levantamos tarde y nos lo tomamos con calma para arreglarnos.
Finalmente fuimos a visitar el Gran Palacio y el templo del Buda de Esmeralda (Wat Phra Kaew en tailandés). El recinto es enorme y muy bonito. Yo dormí buena parte de la visita, pero luego lo pasamos muy bien jugando por los jardines, donde había unos árboles preciosos.
El regreso, sin embargo, no fue tan divertido: había un tremendo atasco y era imposible coger un taxi, ni siquiera un Tuk-tuk. La única alternativa que nos quedaba era un barco por el río, así que atravesamos el pequeño mercado donde vendían todo tipo de comidas para llegar al embarcadero. Subimos al bus-barco, una plataforma donde parecía imposible que entrara una persona más y sin embargo seguían subiendo por decenas. Íbamos muy incómodos, evidentemente, pero lo peor fue cuando el controlador, avisando que llegábamos a la siguiente estación, pitó con su silbato y me asustó mucho. Desde entonces, ya no pudimos disfrutar de la vista (tendremos que volver a dar un paseo, pero en un barco decente) y después de tres estaciones decidimos finalmente bajar.
En la calle, buscando medio de transporte, un Tuk-tuk se intentó aprovechar de nuestro cansancio y de la evidente pinta de turistas, y quería cobrarnos quizás unas 10 veces lo que costaría normalmente, y más del doble de lo que finalmente nos cobró el taxi que cogimos.
Fuimos a MBK (o Mahboonkrong), un centro comercial enorme donde por fin almorzamos (cuando ya era casi la hora de cenar), paseamos, e hicimos una pequeña compra en el supermercado, para cenar en casa. Ahora, estoy comiendo mi yogur de postre y haciendo tiempo para irnos a la cama... Ojalá esta noche durmamos mejor.
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