Papá salió un momento a comprar un módulo más de espuma ahora ya tengo prácticamente todo el suelo de mi cuarto cubierto (y las esquinas acolchadas) para poder jugar, caerme y revolcarme, supuestamente sin peligro.
Cuando regresó, nos cambiamos, me pusieron un pañal de colores y enterizo, algo más abultado que los normales; encima, la pantaloneta de baño y, para bajar a la piscina, me cubrí con mi albornoz. Como ya era el final de la tarde, no hacía tanto calor. Papá se metió primero al agua. Yo, de pie en el borde de la piscina, no podía esperar a tirarme con él.
Por fin, cuando me dejaron tirarme al agua, la sensación fue muy agradable: el agua estaba más fresquita que en la bañera y además me cubría entero. Estuvimos chapoteando, nadando de espaldas e incluso me sumergí un par de veces. Después se metió mamá con nosotros, y jugamos un rato más, hasta que en una voltereta de papá tragué un poco de agua y decidimos salir.
Tras relajarnos un rato en la hamaca, fuimos a la pequeña piscina con chorros, que a mamá le gusta mucho. Para mí, el agua estaba demasiado caliente, así que me que quedé en el charquito de al lado, debajo de la fuente de agua fresquita. Ahí estuve jugando un rato con dos niñas que tenían una pelota.
Tras el día de playa del pasado fin de semana, ¡hoy ha tocado chapuzón en la piscina! De cualquiera de las maneras, me gusta mucho el agua. Y ahora toca siesta. Para los tres.
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