Dubai, Emiratos Árabes Unidos.
14 de julio de 2009
Hoy, a las 3:01 PM, nací en Dubai, en el American Hospital. Mi mamá, que me ha cuidado mucho durante los pasados nueve meses, se ha portado muy bien, ha sido muy fuerte, y hemos tenido una cirugía perfecta. Mi papá al final, y talvez más porque todo fue tan rápido que por valiente, terminó entrando en la sala de parto para acompañar a mamá, para conocerme desde el primer minuto y para estar a mi lado mientras mi mamá se recuperaba.
Pesé 3.150 gramos y medí 52 centimetros. Cuando apenas acababa de dar el primer llanto, por fin me llevaron al lado de mamá para que me diera mi primer beso. No supe qué decirle, solo podía mirarla y hacer muecas para intentar demostrale cuánto la quiero y para darle las gracias por haberme regalado la vida.
Después de unos minutos, una señora me pinchó con una aguja, creo que era vitamina K, que dicen que es buena no sé para qué, y me echó una crema en los ojos con la que me veía como un boxeador después de un duro combate. Volví a ciegas a darle otro beso a mamá y luego me fui con papá para que me mantuvieran en calor, me limpiaran y me vistieran. Mientras ocurría todo esto, desde el otro lado de la ventana me miraban mi abuelita Pilar y mi tía Ana Lucia, que han venido desde muy lejos para conocerme y para ayudar a mi mamá durante estas primeras semanas.
En esa sala estuvimos una media hora y, mientras esperábamos para ir a la habitación, mi papá estuvo cuidándome. El pobre, bastante torpe; pero después de un par de minutos por fin encontró una posición en la que yo estuviera comodo. Entonces, estuvimos conversando un rato y me estuvo contando todo el trabajo que mamá ha hecho para que yo pueda estar aquí, sano, hermoso y con muchas ganas de vivir. Yo, ya vestido para la ocasión, no podía esperar más para ir a conocerla en condiciones y sentir cómo ella me abrazaba.
Por fin llego el momento de ir a nuestra habitación, la 202, al final del pasillo. Ahí estaba mi mamá, y al verla pensé que mi papá, aunque me contó lo guapa que era, no había sido capaz de transmitirme toda su belleza. Desde esa primera mirada me di cuenta de ese amor infinito que ella siente por mí. Del resto del día sólo recuerdo que dormí mucho tiempo, y que en varios momentos, al no saber lo que estaba sintiendo, tan sólo podía llorar para atraer la atención de mis papás. Vimos el atardecer desde la ventana: aunque estaba brumoso, me sorprendió y me gustó ver lo grande que se ve el sol del desierto.
Ya muy tarde, mi tía y mi abuelita se fueron a casa. Me quedé solo con mis papás; yo no tengo conciencia aún del día y la noche, pero para ellos esta primera noche a solas conmigo imagino que acabará siendo muy larga, agotadora.
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