Friday, July 17, 2009

Mi llegada a casa

Anoche creo que estuve mucho más tranquilo. Comí mucho y dormí bastante. Incluso, cuando mis papás me cambiaron el pañal, prácticamente no lloré, solo di un pequeño grito al final. Nos despertamos temprano, en cuanto trajeron en desayuno para mamá. Después, volví a ir a ver al pediatra quien, al comprobar que todo sigue estando perfecto, me dio permiso para irme a mi casa con mamá, después de que ayer la doctora Leila le dijera a ella que, si así lo prefería, estaba ya en condiciones de marcharse a casa.

Pasamos la mañana organizando la maleta, entendiendo todas las medicinas que mamá deberá seguir tomando y los cuidados que deberá tener, y cumpliendo con los trámites para la salida del hospital. Tanto lío me abrió el apetito, y como decían que teníamos que hacer un viaje largo, yo preferí comer antes de salir. Así, la salida de nuestra habitación se retrasó casi hasta medio día.

Para el viaje, mis papás me sentaron en una silla extraña y aparatosa, en la que voy encajonado y amarrado. Creo que es cómoda, pero mi papa tendrá que practicar más para acomodarme rápido y sin molestias. Bajamos a la calle y mis papás tardaron bastante en ser capaces de acomodar mi silla en el coche… eso no puede seguir así, porque con el calor y la humedad que hace en la calle, me podría hacer daño. Finalmente arrancamos, pusieron una música agradable, versiones de clásicos para niños, que llevo oyendo dentro de mamá desde hace meses, y que dicen que me regaló mi tía Ana Lucía.

El paseo en coche me gustó; aunque no podía ver mucho por las ventanas, iba comodo y el movimiento en la carretera resulta divertido. Pero el viaje me pareció algo largo y, después de 15 minutos, yo ya no podía creerle a mi mamá que ya estábamos a punto de llegar, así que empecé a llorar.

Cuando llegamos, el sitio me pareció extraño. De repente hacía mucho calor al bajar del coche, pero entramos inmediatamente al vestíbulo y ahí en cambio hacia frío. Nos metimos en una caja que subió muy rápido hasta el piso 27, que es donde vivimos. Cuando abrimos la puerta, ahí estaban la abuelita Pilar y la tía Ana Lucía. Me recibieron con mucho cariño y alegría. También habían cocinado el almuerzo para mis papás. Mi mamá, sobre todo, tenía mucha hambre. Primero comí yo, que para algo sigo siendo el protagonista, y después, mientras yo dormía la siesta, los demás se sentaron a almorzar algo más tarde de lo habitual.

Mi casa me gusta, tengo una cuna pequeña con colores muy bonitos y animales dibujados. Además, tiene una especie de toldo que me protege de la luz, pero también del aire acondicionado cuando lo ponen para refrescar un poco la casa. Pero lo que más me ha gustado hasta ahora es que aquí puedo estar conectado a Internet y así puedo hablar con el resto de la familia que vive lejos en cualquier momento. Hoy, por ejemplo, mi abuela Gisele –que vive en Bogotá- pudo al fin verme comer, dormir, llorar y creo que incluso sonreir. Tambien me vio un rato mi abuelo Luis Fernando, el de Madrid, que no pudo venir a conocerme en esta ocasión pero que prometió venir muy pronto a jugar conmigo. Y luego, cuando yo ya estaba muy cansado, también me vio mi tía Patricia.

Como pueden ver, ha sido un día muy largo y muy emocionante: me ha conocido parte de mi familia y me he instalado en mi casa. Estoy cansado, pero muy contento. Espero que esta noche pueda dormir bien.

¡Hasta mañana!

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